Frase del día
viernes, 11 de enero de 2013
El magnetismo, extrato del libro El gran arcano del ocultismo revelado de Eliphas Levi
El magnetismo es una fuerza análoga a la del imán; está diseminado en toda la
naturaleza.
Sus caracteres son: la atracción, la repulsión y la polarización equilibrada.
La ciencia ha captado y aceptó los fenómenos del imán astral y del imán mineral,
pero observa con desconfianza el imán animal que se manifiesta todos los días por hechos
que, si bien ya no puede negar, espera, para admitirlos, concluir su análisis por una síntesis
incontestable.
Sabemos que la imantación producida por el magnetismo animal determina un
sueño extraordinario, durante el cual el alma del magnetizado cae bajo el dominio del
magnetizador, con la particularidad de que la persona adormecida parece dejar inactiva su
vida propia para manifestar solamente los fenómenos de la vida universal. Refleja el
pensamiento de los otros; ve sin valerse de los ojos; se torna presente en todas partes, sin
tener conciencia del espacio; percibe las formas más que los colores; suprime y confunde
los períodos del tiempo; habla del futuro como si fuese pasado y de éste como si se tratara
del futuro; explica al magnetizador sus propios pensamientos y hasta las acusaciones
secretas de su conciencia; evoca en sus recuerdos las personas en quienes piensa el
magnetizador, y las describe del modo más exacto, sin haberlas visto jamás. Habla el
lenguaje de la ciencia con el sabio y el de la imaginación con el poeta; descubre las
dolencias y adivina los remedios; da muchas veces sabios consejos; sufre con quien sufre y,
en ocasiones, con un grito doloroso nos anuncia los tormentos que sobrevendrán.
Estos hechos extraños, pero incontestables, nos llevan necesariamente a la
conclusión de que existe una misma vida para todas las almas, o una especie de reflector
común de todas las imaginaciones y de todas las memorias, en el cual podemos vernos
mutuamente, como si una multitud pasara delante de un espejo. Este reflector es la luz
ódica del caballero Reichenbach; es lo que nosotros llamamos luz astral; ese gran agente de
la vida que los hebreos denominan OD, OB y AUR. El magnetismo dirigido por la voluntad
del operador es OD, el sonambulismo pasivo es OB. Las pitonisas de la antigüedad eran
sonámbulas ebrias de luz astral pasiva. Esta luz recibe, en los Libros Sagrados, el nombre
de espíritu dé “Python”, porque la mitología griega la simbolizaba con la imagen de la
serpiente Python.(1).
Ella está también representada en su doble acción por la serpiente del Caduceo; la
serpiente de la derecha es OD y la de la izquierda OB, y en el medio, encima de la barra
hermética, brilla el globo de oro, es decir, AUB o la luz equilibrada.(2).
OD simboliza la vida libremente dirigida, y OB la vida fatal. El legislador hebreo
decía: “Infelices de los que adivinan por OB”, pues invocan la fatalidad, atentando así
contra la Providencia y contra la libertad del hombre.
Hay ciertamente una gran diferencia entre la serpiente Python, que se arrastraba en el lodo del Diluvio y que el sol hirió con sus dardos, y la serpiente que se enrosca en el
bastón de Esculapio, de la misma manera que también difieren la tentadora del Edén y la
serpiente de bronce que curaba a los dolientes en el desierto. Estas dos serpientes opuestas
son la representación de las fuerzas contrarias que podemos asociar pero jamás confundir.
El cetro de Hermes, separándolas, las concilia y, por así decirlo, la reúne; de esta manera, a
los ojos penetrantes de la ciencia, la armonía resulta de la analogía de los contrarios.
Necesidad y Libertad, tales son las dos grandes Leyes de la Vida; y estas dos Leyes
hacen sólo una, pues son mutuamente indispensables.
La necesidad sin libertad sería tan nefasta como la libertad privada de su freno
necesario. El Derecho sin el Deber es la locura. El Deber sin el Derecho es la Esclavitud.
Todo el secreto del magnetismo consiste en esto: gobernar la fatalidad de OB por la
inteligencia y el poder de OD, a fin de crear el equilibrio perfecto de AUR.
El magnetizador desequilibrado y dominado por sus pasiones, que quiere imponer
su actividad a la luz fatal, se asemeja a un hombre que, con los ojos vendados y montado en
ciego caballo, lo espoleara en medio de una sinuosa selva llena de precipicios.
Los adivinos, los tiradores de cartas y los sonámbulos son todos alucinados que
adivinan por medio de OB.
La copa de agua de la hidromancia, las cartas de Etteilla, las líneas de la mano, etc.,
producen en el vidente una especie de hipnotismo. Ve entonces al consultante en los
reflejos de sus deseos insensatos o de sus imaginaciones amorosas, y como a su vez, es un
espíritu sin elevación y sin nobleza de voluntad, adivina las locuras y sugiere otras
mayores, logrando así gran éxito.
Un cartomántico que aconsejase la honestidad y las buenas costumbres perdería
luego su clientela de concubinas y solteronas histéricas.
Las dos luces magnéticas podrían muy bien llamarse respectivamente, luz viva y luz
muerta; fluido astral y fósforo espectral; antorcha del verbo y humareda del sueño.
Para magnetizar sin peligro es preciso tener en sí la luz de la vida, es decir, ser un
sabio y un justo.
El hombre esclavo de las pasiones no magnetiza, fascina; pero la irradiación de su
fascinación aumenta alrededor de él el círculo de su vértigo, multiplica sus encantos y
enflaquece cada vez más su voluntad. Se asemeja a una araña que se agota y al fin queda
presa en su propia tela.
Los hombres que aún no conocen el imperio supremo de la razón, la confunden con
el raciocinio particular y casi siempre erróneo de cada uno. El señor de la Palice les diría:
“quien se engaña no tiene razón, siendo la razón, precisamente, lo contrario de nuestros
errores”.
Los individuos y las masas a quienes la razón no gobierna son esclavos de la
fatalidad, la cual rige la opinión que es, a su vez, reina del mundo.
Los hombres quieren ser dominados, aturdidos, arrastrados. Las grandes pasiones
les parecen más bellas que las virtudes, y aquellos a quienes llaman grandes hombres
suelen ser, las más de las veces, grandes insensatos. El cinismo de Diógenes les agrada
como el charlatanismo de Empédocles. A nadie admirarían tanto como a Ajax y Capaneda,
si Polyeucto no fuese más furioso aún. Píramo y Tisbe, que se matan, son los modelos de
los amantes. El autor de una paradoja siempre tiene la certeza de adquirir renombre. Y por
más que lo condenen al olvido, por despecho o por envidia, el nombre de Erostrato encarna tanta belleza demencial, que supera a su ira y se impone eternamente a su recuerdo.
Los locos son, pues, magnetizadores o más bien fascinadores, y eso es lo que torna
contagiosa la locura. Por no saber medir lo que es grande la gente se apasiona frente a lo
extraño.
Las criaturas que aún no pueden andar, quieren que la gente las tome en brazos y las
lleve de paseo.
Nadie ama tanto la turbulencia como el impotente. Es la incapacidad del goce lo que
engendra los Tiberios y las Mesalinas. El pillo de París quería ser Cartouche en el paraíso
de las calles arboladas y reía de corazón al ver ridiculizar a Telémaco.
No todos tienen el gusto de la embriaguez del opio o del alcohol, pero casi todos
quieren embriagar el espíritu y complacerle fácilmente haciendo delirar el corazón.
Cuando el cristianismo se impuso al mundo por la fascinación del martirio, un gran
escritor de aquel tiempo formuló el pensamiento de todos, exclamando: “Creo porque es
absurdo”.
La locura de la cruz, como el propio San Pablo la llamaba, era entonces
invenciblemente invasora. Se quemaban los libros de los sabios y San Pablo preludiaba en
Efeso los hechos de Ornar. Derribábanse templos que eran maravillas del mundo e ídolos
que como obras eran primicias del arte. Tenían el gusto de la muerte y querían despojar la
existencia presente de todos sus ornamentos para desprenderse de la vida.
El disgusto de las realidades siempre acompaña al amor de los sueños: ¡Quam
sordet tellus dum coelum aspicio!, dice un célebre místico; literalmente: “¡cuan sucia se
torna la tierra cuando contempla el cielo!”. ¡Tu mirada, al perderse en el espacio, es la que
mancha a la tierra, tu nodriza!. ¿Qué es, pues, la tierra sino un astro del cielo?. ¿Será porque
te lleva encima que la ves inmunda?. ¡Que te lleven al sol y tus disgustos también lo
enturbiarán!. ¿Sería el cielo más limpio si estuviese vacío?. ¿No es acaso admirable
contemplarlo en el día cuando ilumina a la tierra y en la noche cuando brilla con una
multitud innumerable de planetas y de soles?. ¿No será que la espléndida tierra, la tierra de
los inmensos océanos, la tierra exuberante de árboles y flores se torna una inmundicia para
ti porque pretendías lanzarte en el vacío?. ¡El vacío está en tu espíritu y en tu corazón!.
Es el amor por los sueños lo que mezcla tantos dolores a los sueños de amor. El
amor, tal como nos lo da la Naturaleza, es una deliciosa realidad, y es nuestro orgullo
enfermizo el que pretende algo mejor que la Naturaleza. De esto proviene la locura
histérica de los no comprendidos; el pensamiento de Carlota en la cabeza de Werther se
transforma, fatalmente, en lo que tenía que ser y toma la forma brutal de una bala de
revólver. El amor absurdo tiene como desenlace el suicidio.
El amor verdadero, el amor natural, es el milagro del magnetismo. Es el
entrelazamiento de las dos serpientes del Caduceo; parece producirse fatalmente, pero es
producido por la razón suprema que le hace seguir las leyes de la Naturaleza. La fábula
refiere que Tiresias(3) habiendo separado dos serpientes que se unían, incurrió en la cólera
de Venus y se tornó andrógino, lo que anuló en él el poder sexual; después lo hirió la diosa
irritada y lo dejó ciego, porque atribuía a la mujer lo que conviene principalmente al
hombre. Tiresias era un individuo que profetizaba por la luz muerta. Por eso sus
predicciones siempre anunciaban dolencias que incluso parecían provocar. Esta alegoría
contiene y resume toda la filosofía del magnetismo que acabamos de revelar.
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